viernes, 5 de septiembre de 2014

LISBOA POR FIN!!

Lisboa era otra de nuestras asignaturas pendientes. Llevábamos mucho tiempo deseando visitarla porque todo el mundo nos hablaba muy bien de ella. Y por fin este año teníamos la oportunidad.
Nuestro primer error fue entrar en Portugal con el tanque de gasolina casi vacío. No sé por qué pensábamos que el combustible en un país com este estaría más barato, pero de eso nada, costaba casi dieciocho céntimos más caro que aquí en Chiclana (veintitrés más que en mi gasolinera habitual).
Otro error que cometimos fue no coger la autopista. El camino se hizo interminable. Las carreteras nacionales de Portugal están todavía lejos de las nuestras, sin arcén, con demasiadas limitaciones de velocidad y con unos conductores a los que parece encantarles crear caravanas. A treinta kilómetros de Lisboa no pudimos más y claudicamos. Nos ahorramos más de media hora en ese pequeño tramo.
Llegamos a Lisboa a eso de las cuatro de la tarde. Hacía un día espléndido y estábamos deseando aparcar el coche para empezar nuestra visita por la ciudad. Dejamos las maletas en el hotel y nos fuimos a buscar un aparcamiento gratuito donde dejar el coche los cuatro días. Joder con Lisboa. No encontramos ni un solo aparcamiento. Todo de pago. No tuvimos más remedio que contratar el parquing del hotel, ocho euros por día...
No sé si fue por la gasolina o por el aparcamiento, que nuestra primera impresión de Lisboa fue totalmente negativa. Edificios viejos, muchos en ruinas, calles sucias, aceras dífíciles de transitar
...
El hotel Alif es un buen hotel. Nada ruidoso, gente amable, limpio... Lástima que no tuviera frigorífico, si no, hubiese sido excelente. Se dormía estupendamente. Así que, a la mañana siguiente, con otra cara ya, y un plan debajo del brazo, nos echamos a la calle a conocer bien la ciudad. Nos compramos una tarjeta de transporte, la cargamos con seis euros (un día completo) y nos fuimos a conocer el Castillo de San Jorge, del que todo el mundo habla muy bien. Nosotros nos equivocamos. Subimos una escalera con un montón de escalones y ya arriba seguimos las indicaciones hacia la entrada. Costaba trece euros entrar (veintiséis los dos) y decidimos no entrar. No sólo por el dinero, que es una razón importante, sino porque no queríamos estar toda la mañana visitando un castillo que sería igual que los muchos castillos que ya hemos visitado gratis. Nos fuimos a conocer dos barrios antiguos y pintorescos que hay a sus pies: la Mouraria y La Alfama. Las cosas empezaban a mejorar. Ya aquello se acercaba a lo que nosotros esperábamos. Al final llegamos a la Plaza del Comercio, una de las más importantes de Lisboa.
La Plaza se compone de un conjunto de edificios porticados en tres de sus lados y está abierta en el lado sur, mirando al Tajo. En el centro se encuentra la estatua ecuestre de José I y en su parte norte está el Arco da Rua Augusta.
Ya cansados de andar, almorzamos y nos fuimos al hotel a descansar un poco. Por la tarde, cogimos el metro para ver el Parque de las Naciones, zona donde tuvo lugar la Exposición de 1998, hoy centro de ocio. No es demasiado bonito de ver aunque hay cosas interesantes que ver, como  Casino, el Oceanário y el Puente Vasco da Gama, el mayor de Europa. Hay también un centro comercial donde se puede comprar de todo. Nosotros compramos pan en un Continente que hay allí dentro.
A la mañana siguiente fuimos a Belém. Cerca del hotel, en la Avda. de la República, pasa un autobús (el 727) que llega hasta allí. No hay metro hasta esa zona. El viaje es interminable. Pero vale la pena ir. El barrio de Belém es lo más espectacular de Lisboa ya que cuenta con las dos joyas de la ciudad: el Monasterio de los Jerónimos (quince euros por persona) y la Torre de Belém (diez euros). Dicen que los domingos por la mañana algunas de estas visitas son gratuitas.  En Belém también se encuentra el Puente 25 de Abril, el Monumento a los Descubrimientos y algunos museos.
La tarde la reservamos para visitar el barrio de La Baixa, con sus plazas del Rossio y de Figueira, muy ambientadas a esas horas. Y ya que estábamos allí, y el viaje era gratis con el bono diario, nos montamos en el tranvía 27, uno de esos tranvías pequeñitos, antiguos que te dan un paseo por parte de la Lisboa antigua. No estuvo mal. Es simpático.

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