sábado, 8 de marzo de 2014

POR FIN, VALENCIA

Teníamos ganas de visitar Valencia desde que éramos novios. Por una cosa o por otra, no habíamos podido cumplir nuestro deseo. Por eso, cuando nuestra hija Ana nos regaló el viaje, lo aceptamos con mucha ilusión. Lo único malo eran las ocho horas y pico de viaje.
Llegamos a eso de las tres de la tarde. Nuestro apartamento estaba situado en la calle Francisco Cubells, muy cerca de una parada de metro (por allí todavía era tranvía). No es que estuviera muy bien ataviado
pero sí que era un apartamento muy coqueto y acogedor. Además, su dueño era un hombre muy servicial, que estuvo todo el tiempo intentando que nuestra estancia allí fuese lo más agradable posible.
Ana nos había regalado la tarjeta 48 horas de transporte.Con ella puedes montarte en autobuses, metro o tranvía  durante 48 horas a partir del momento en que la validas por primera vez.
La primera noche tiramos la casa por la ventana y salimos a cenar. No conocíamos nada de Valencia, así que fuimos a lo seguro y preguntamos a nuestro casero dónde podíamos cenar bien y barato. Se equivocó al aconsejarnos, porque fuimos a un restarurante italiano donde los espagueti estaban recocinados y las pizzas eran enormes pero poco sabrosas. Y los precios estaban más relacionados con el tamaño que con el sabor.
La primera mañana amaneció nublada y con un viento muy desagradable. Pensábamos que Cádiz se llevaba la palma en esto de los vientos, pero no, Valencia la supera en este aspecto. Como no estaba el día para fotos al exterior, decidimos adelantar nuestros planes y entrar en el museo de las ciencias.


Alguien nos había dicho que el museo de las ciencias no valía los 8 € que costaba la entrada. Pero ya que estábamos en Valencia teníamos que comprobar si era verdad o no. Y quitando alguna cosa interesante, como el péndulo de Foucault o la sala de gravedad cero, era cierto. Lo más bonito, lo más interesante estaba fuera. Y allí hicimos las mejores fotos. Tuvimos mala suerte con el tiempo y eso estropeó alguna foto, como la del reloj de sol contigo de gnomon no quedan demasiado claras.
Por la tarde fuimos al museo fallero, que está muy cerca del parque de las ciencias. la entrada cuesta dos euros, pero sale gratis si has comprado la tarjeta de transporte 48. Allí pudimos ver todos los ninots indultados desde 1938 hasta la fecha. La evolución de la técnica, los materiales y los gustos se ve con claridad. Allí permiten hacer fotos siempre que no se utilice el flash. Pasamos un buen rato.
Por la noche fuimos al puerto. Es pequeñito y no tiene demasiado atractivo.
El domingo amaneció, por fin, soleado. Y sin viento. Menos mal que habíamos contratado un día más del aparthotel. Si no, nos hubiésemos perdido ver el centro con esa luz que la ha hecho famosa. Cogimos el metro y nos bajamos en Colón. Plano en mano fuimos visitando, uno a uno, todos los edificios que todas las guías recomiendan: desde la Universidad de Valencia hasta el palacio de Benicarló, sede de las cortes valencianas, haciendo paradas en la catedral, la iglesia de san Martín, las torres de Quart y de Serrano y otros edificios dignos de ver.
A las dos menos diez empezamos a ver una multitud que se dirigía hacia la plaza del ayuntamiento. Había mascletá, Nos retrasamos pensando que iba a durar lo mismo que el de la tarde des sábado, que fue aérea y espectacular. Nos equivocamos. Cuando empezamos a oír los petardos decidimos dirigirnos hacia la plaza pero no pudimos llegar. O mejor, llegamos tarde. Y es que sólo dura diez minutos. No se entiende que venga tanta gente para ver algo que dura tan poco. Fue imposible coger el metro de la cantidad de gente que había en nuestra estación. Tuvimos que andar hasta Xátiva para poder montarnos. Llegamos al hotel a eso de las cuatro.
Por la tarde volvimos al Parque de las Ciencias. Como hacía buen tiempo pensamos repetir las fotos que nos hicimos en el reloj de sol. Pero se ve que estábamos gafados porque al llegar el cielo se nubló y no sirvió para nada el esfuerzo. Así que nos volvimos y vimos terminar el partido del Real Madrid contra el Atlético.
Y así, sin darnos casi cuenta, se pasaron los tres días que habíamos destinado a conocer Valencia.  Poco tiempo, es cierto, pero no nos quedaron ganas de seguir allí. Y eso que nos faltaron muchas cosas por ver y conocer. Pero no era lo que esperábamos.

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